También es
una prerrogativa que establecen los establecimientos privados para fidelizar a los clientes brindándoles la posibilidad de
convertirse en compradores VIP bajo el cumplimiento de ciertos parámetros.
La percepción de ese trato preferencial puede resultar en una
fantasía sí el recipiente no se percata que esa ‘calidad’ la debe generar él mismo: se la gana por cumplir diversos criterios que establece el negocio que lo otorga.
Y lo fantasioso a veces choca con lo real cuando el
otorgante sin avisar aumenta los umbrales mínimos de los criterios; y aquellos que no alcanzan los nuevos umbrales son
apartados del camino, a veces con cierta descortesía.
Por
ejemplo, el trato VIP en el campo de la hostelería y restaurantes suele tener
esta categorización:
1.
Huésped VIP de nivel 3: agentes de viajes, recién casados,
periodistas, organizadores de eventos o empleados de alto rango.
2.
Cliente VIP de nivel 2: miembros de consejos de administración,
propietarios, socios comerciales, jefes de Estado o de país o altos
funcionarios gubernamentales.
3.
Cliente VIP de nivel 1: líderes mundiales, hombres de negocios
adinerados, actores o deportistas de alto nivel.
De hecho, existen otras
categorizaciones vinculadas a otras industrias como la de aerolíneas y el trato
preferencial a sus viajeros frecuentes.
La connotación de VIP cambia
drásticamente cuando pasa al campo público y la exigencia del trato se
convierte en abuso de burócratas que electos o nombrados, no importa cómo han
alcanzado determinada posición, se torna en una pesadilla dentro del mismo
sector público y alcanza al sector privado.
Mientras en el campo privado
usualmente existen reglas escritas establecidas para el otorgamiento del trato
VIP, en el campo público, prevalece más la mentalidad del funcionario que se
autoconsidera merecedor de un trato diferenciado que al de simples mortales.
Y el costo de responder y
sufragar los antojos de los funcionarios públicos resulta oneroso para los
contribuyentes tributarios, pues la amplia gama de ‘merecimientos’ incluye desde
el uso y abuso de bienes y servicios públicos, tangibles e intangibles; hasta pretender
saltarse las filas y turnos adonde vayan; extender su privilegio a guardaespaldas
que los acompañan; apartar a conductores de automóviles que se cruzan en su
camino, etc.
La fantasía se transforma en
dura realidad con más frecuencia en el campo público que en el privado, pues la
temporalidad en posiciones públicas es a menudo más corta que cuando depende de
la construcción de patrimonios e ingresos relacionados con actividades
privadas, salvo en el caso de dictaduras políticas que alcanzan a permanecer
más de un siglo en el poder (Rusia) y de allí surge el ansia de prolongar a
cómo de lugar el disfrute de privilegios inmerecidos que no resultan del
trabajo honesto, duro, sostenido y disciplinado de quienes se acostumbran rápidamente
al trato VIP.