La nueva normalidad inició desde que se desató la
pandemia del COVID-19. La estamos viviendo digamos a partir de enero de 2020. No
es asunto de que, cuando pase la pandemia, viviremos en condiciones y
circunstancias que sólo habíamos imaginado hasta diciembre de 2019.
La multiplicidad de características de este virus ha
obligado a las comunidades científicas a apilar información sobre el mismo y
aún se discute su origen. Un asunto que probablemente nunca se dilucidará.
Los gobiernos más autoritarios del planeta han
sucumbido ante las condiciones impuestas por COVID-19 en prácticamente todas
las actividades humanas y las de los demás seres vivos. Una nueva forma de
hacer las cosas estará en función del éxito que se tenga en convivir con su
amenaza permanente, oscilante y creciente.
La noción de potencia y el ejercicio compartido de la
soberanía a través de organismos internacionales y mundiales ha sufrido golpes
casi mortales. La práctica de la globalización y los instrumentos de
multilateralismo, han comenzado a manifestar signos de agotamiento, por una
indeseable combinación de excesos y defectos.
En el campo económico, sólo un reducido número de
países, actividades y operadores económicos han salido airosos e incluso
ganadores de los efectos de la pandemia.
Según CEPAL, el PIB per cápita de América Latina ha
retrocedido a los niveles de 2010. Y sus efectos inmediatos no han culminado. CEPAL
la denomina, otra década perdida.
En el ámbito del comportamiento los diversos modos de
entretenimiento, arte, cultura y diversión han sido reducidos a su mínima
expresión. La forma en que manejamos la salud, la educación y las relaciones
sociales durante la pandemia, revelan apenas un indicio de cómo serán estas
actividades en el futuro próximo.
La ´nueva normalidad´ presenta desafíos en el
replanteamiento internacional y nacional de las relaciones económicas,
políticas, ambientales, institucionales, etc.
Un solo aspecto, la reducción de las desigualdades, habría modificado
los resultados aniquiladores de esta pandemia. Y prepararía a la población mundial
frente a futuros desastres.
La avaricia por la acumulación de algunos ha llevado a
la mayoría de la humanidad a sentirse indefensa para combatir los riesgos de la
existencia. Perseverar en este comportamiento puede conducir a una hecatombe de
la cual nadie escapará.
El rescate de la humanidad no será ´orgánico´. Deberá
ser deliberado. La historia nos recuerda que ha existido mayor inclinación
hacia la destrucción. La pandemia de 1918 ocurrió en medio de la Gran Guerra
(Primera Guerra mundial) y 21 años después, se estaba iniciando la Segunda
Guerra Mundial.
La ´nueva normalidad´ dependerá de qué predominará: el
raciocinio o la intransigente tendencia hacia la auto aniquilación.