La democracia griega nacida en Atenas, perfeccionada durante veinticinco
siglos sufrió modificaciones en los siglos XX y XXI que alteraron su concepto
tradicional.
Reforzada con la declaración de los 30 derechos humanos
proclamados por Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, ha sufrido embates
que, bajo diversas denominaciones abusando del apellido ‘democrático’,
pretenden destruirla en la práctica. Por ejemplo, desde su fundación en julio
de 1921, el Partido Comunista de China ha crecido en 100 años a casi 92
millones de miembros, que representan 6,6 por ciento de la población total
de China.
Según Ricardo Israel, Infobae enero 2023, la democracia siempre
ha estado amenazada desde distintas orientaciones políticas, en lugares
diferentes y bajo distintas culturas. Pero ha logrado sobrevivir a estos
desafíos. La resiliencia de la democracia y su unión con los derechos humanos en
su versión más perfeccionada ha sido positiva para el progreso de la humanidad,
incluyendo al Estado de Derecho, como garantía de las libertades.
En décadas recientes enemigos tradicionales como las dictaduras militares,
el comunismo o el fascismo, han sido sustituidos
por una nueva variante de autoritarismo que se originó en países desarrollados
y se ha internacionalizado hacia sociedades menos prósperas y estables,
presentándose en algunos lugares como una derivación posmoderna del capitalismo:
el llamado capitalismo “woke”.
Se inició en universidades, al interior del progresismo, y
con las redes sociales ha adquirido un gran despliegue en numerosas partes del
mundo. El nombre “woke” proviene del idioma inglés y alude al despertar,
la necesidad de “estar despiertos” e “iluminar” a otros, a través
del activismo.
Nació con aspectos positivos como la justicia social y
la equidad racial junto a otros negativos como la intolerancia y la descalificación
de aquellos que piensan distinto.
El wokismo se auto presenta como una suerte
de posdemocracia, que tiene una propuesta económica adecuada al
siglo XXI y a la globalización, sobre todo, en temas de género y raciales,
además de proponer todo un discurso de cambio de época en torno al tema climático,
promoviendo la desaparición de las energías tradicionales, aunque no
tengan un reemplazo para ellas.
Ataca a la democracia y a las instituciones republicanas. El
movimiento woke trajo a Occidente su propia
versión de revolución cultural china. Se inicia en el plano ideológico, y la
versión más extrema del movimiento aspira a imponer sus ideas y proyectos
al resto de la sociedad.
Este movimiento de las elites combate la herencia de la
ilustración, incluyendo aportes a la humanidad como la libertad de pensamiento
y la libertad de opinión. En lo que se unen ambas es en derribar estatuas y
borrar la presencia en el espacio público de lo que no les gusta, aplicando a
siglos anteriores una lectura actual, y, por lo tanto, distorsionada, de hechos
que simplemente no pueden igualarse por el tiempo transcurrido (el islamismo en
Europa).
No atacan al sistema económico, respetando y aun promoviendo
el carácter capitalista, pero sí dañan a las instituciones republicanas, sobre
todo a la democracia y el diálogo que se necesita para para poder funcionar y
prosperar.
Y algo más, no solo se desconoce al otro como igual en
democracia, sino que además y en forma muy característica, se intenta controlar
nada menos que el lenguaje, la familia, la educación, la religión,
la producción de ideas y hasta el nombre de ellas, promoviendo un metalenguaje
que recuerda el 1984 de Orwell y su
ministerio de la verdad.
No creen en la búsqueda del consenso en la actividad
política, dificultando algo de lo mejor de la democracia, que, como sistema de
poder, su ventaja sobre cualquier otro radica en permitir y promover la
resolución pacífica de los conflictos.
Un profundo retroceso ocurre en varias universidades,
instituciones que durante casi un milenio se distinguieron en la defensa y
promoción de la libertad, lo que condujo a que fueran intervenidas por
monarquías, iglesias, diferentes dictaduras, golpes de estado y similares. La
tragedia hoy, en pleno siglo XXI, en muchas universidades, aun en algunas de
gran prestigio, sin vivir en sistemas totalitarios, se presencia en
occidente la persecución de quienes son críticos o disidentes, aceptando así a
la intolerancia (actual conflicto árabe-israelí).
El éxito del wokismo ha sido notorio en
grandes empresas globales, que no solo producen bienes y servicios, sino sobre
todo usan ese inmenso poder para que inclinen la balanza a favor de una de las
posiciones que compiten en el mercado político, en cada uno de los temas que
para ellos son importantes, casi siempre en nombre de lo que llaman “justicia
social”.
Son guerreros de sus causas y a diferencia de los
monopolistas, los activistas billonarios no solo defienden intereses, aportando
la novedad que buscan además imponer sus ideas al resto de la sociedad. Es la
negación de instituciones tan importantes como la libertad de opinión y una
forma de corrupción de ellas, ya que aprovechan la unión entre un programa
político y el poder económico para imponerse a rivales. Nada más notorio que
la censura selectiva que han utilizado las grandes
empresas tecnológicas, sobre todo, en países desarrollados.
Se expresan con hipocresía en la crítica a la democracia de Occidente,
en contraste con su falta de ataque a China, país donde al igual
que en muchas naciones islámicas, no existe aquello por lo que dicen luchar,
por ejemplo, el respeto a las minorías raciales y las disidencias sexuales.
Del wokismo aparece una nueva elite, deseosa de los
mismos privilegios de aquella que busca desplazar, una mezcla de clase
dominante en lo económico con una nomenklatura en lo político.