Puedo embelesarme con el color de sus montañas, sus valles, sus ríos, sus mares. Su cielo con nubes de formas caprichosas. También me regocijo con la pintura que refleja la vida sobre su espacio geográfico. La apariencia de las criaturas que lo habitan. Honduras.
Y mi curiosidad inicia con los matices de la mezcla de
razas y orígenes de la gente que la habita. Y me sumerjo a interpretar los
múltiples colores de piel, ojos, labios, cabellos.
Y luego concluyo que en esta patria nuestra contamos con
todos los colores que existen. Que alegran la vista; que estimulan el espíritu.
Pero, más allá de los tonos físicos, me sumerjo en los visos abstractos. Esos que no perciben los sentidos y que
iluminan el alma; cuya vistosidad revela estados de ánimo, que como las nubes
toman diversas formas, esta vez no tan antojadizas.
Y se ofusca mi mente con la multitud de interrogantes. Preguntas sin fácil respuesta. En medio de
carencias de todo tipo, imagino cómo colorear la felicidad, el amor, la paz, la
compasión, la empatía, la solidaridad, la amistad. Cómo pinto la sonrisa que un
rostro ilumina. Y cómo tiño la tristeza, el dolor, la desesperanza, la urgencia
de vivir, el sentimiento de abandonar el lar nativo para buscar en otras
latitudes todo aquello que se mezquina o se niega.
Sé de los estereotipos que ilustran el luto o revelan la
paz. Pero mi indagación va más allá. Se trata de encontrar las imágenes que muestren
la dicha y la desdicha en un lienzo donde intentar plasmar la pintura de la
patria, culmina en una mezcla de figuras abstractas que dicen mucho y que explican
nada. Que por más que trato, es imposible dar color a un paisaje en donde por
ahora, predomina la oscuridad.
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