Desde la antigüedad, el hombre ha
facilitado su existencia valiéndose de medios de transporte para acortar
distancias y trasladar personas y bienes de un punto a otro.
Rápidamente se encontró que aquellos
instrumentos veloces que disminuían las distancias, también constituían herramientas
útiles para la guerra, la conquista y la dominación.
Hubo que esperar varios siglos
para superar los traslados terrestres y marítimos para que la aspiración
temprana de viajar por la vía aérea, se concretara. Pronto se descubrió la efectividad
en los conflictos armados de los aviones y otros aparatos aéreos.
A través del esfuerzo científico
y tecnológico, la modernización de los medios de transporte ha permitido el
traslado de mayor número de pasajeros y volumen de carga en menor tiempo y la
comodidad de la humanidad ha mejorado sustancialmente. Han sido notables los
esfuerzos por aumentar la seguridad de personas y bienes en los diferentes
modos de transporte.
Simultáneamente, el
descubrimiento siniestro de convertir los medios de transporte en armas de
destrucción masiva obliga a imaginar el establecimiento de mecanismos que
permitan prevenir la intervención efectiva de los terroristas. Detrás del modus
operandi de los terroristas se encuentra la acción corrupta de quienes
facilitan sus objetivos criminales.
El terrorista, operador de un
medio de transporte cuenta en primer lugar con un motivo, cualquiera que sea; en
segundo lugar con un instrumento, cualquier unidad de un medio de transporte; y
en tercer lugar, con la predisposición autónoma o inducida de acabar con su
existencia, provocando indiscriminadamente el mayor número de bajas inocentes y
daños materiales.
A través de la historia los
medios de transporte se han utilizado para dilucidar contiendas en batallas y
guerras convencionales. Los terroristas por su parte, han trasladado el
escenario de las guerras, del campo militar al ámbito civil, en donde el
impacto de sus acciones es demoledor, puesto que sus víctimas desprevenidas, no
están en guerra con nadie y consecuentemente se enfrentan a ataques inesperados
con instrumentos de muerte que no despiertan sospecha alguna.
A diferencia del terrorismo de la
guerra fría cuyos fines y blancos eran definidos con precisión y no contaba con
operadores suicidas, el terrorismo yihadista tiene al mundo como enemigo; sus
fines son difusos; sus blancos son indeterminados; y su pasión por la
inmolación es inquietante. Por consiguiente, las estrategias terroristas de
antaño no funcionarán y tendrán que replantearse.
Una consigna internacional
terrorista, sólo puede ser contrarrestada con una acción coordinada
internacional antiterrorista o la población mundial deberá prepararse a
sobrevivir con la angustia incómoda de ser víctima de un ataque masivo
provocado por algún desequilibrado que ha comprado una recompensa sexual en el
otro mundo, a cambio de su acción sanguinaria en la tierra.
El viaje.
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