Los gobiernos y los grupos de
interés vinculados al poder escogen coartar el derecho a la libertad de
expresión esgrimiendo cualquier argumento que resulte válido para ellos, a fin
de eliminar todo tipo de crítica que pueda poner en peligro la consolidación
del statu quo.
El modus operandi de los hiperestésicos
hacia la crítica toma diversas formas, principalmente por medio de regulaciones
que coartan la libre expresión. Otras, aparentemente imperceptibles se
manifiestan por otros medios. Toman otras formas.
Cada vez es más frecuente
encontrar en las redes sociales, desde tormentas hasta diluvios de “sabios”
consejos copiados o expresados por personas autodenominadas motivadoras, dirigidas
a indicar que el silencio es el comportamiento más sabio de los individuos para
sobrevivir en una sociedad en donde
señalar las injusticias y oponerse a los comportamientos autoritarios son la
regla de oro para acceder a oportunidades que en algún momento indeterminado de
su vida, se le otorgarán en compensación a su mutismo oportunista. Conscientemente
o no, los lectores convencidos le otorgan un “me gusta” o comparten la perla de
sapiencia y cálculo que aparece como consejo en su muro.
Los franceses y su revolución;
los norteamericanos, indios y sudafricanos y su independencia; Martin Luther
King y su lucha por los derechos civiles con sus diversas formas de expresarse
y manifestarse, son ejemplos que dejaron un legado a la humanidad la cual no existiría como la
conocemos hoy, si los protagonistas hubieran permanecido en el silencio cómplice.
No hay duda de que el silencio y
la confidencialidad son un requisito primordial en los campos de negocios,
militar, religioso, político y todas aquellas actividades humanas que requieren
de secretividad para alcanzar sus objetivos. También, existen reglas escritas o
no, donde el silencio es hermano de la elemental discreción. Pero, no siempre,
el silencio debe convertirse en regla general, con el fin de evitar perturbar
la caprichosa tranquilidad de quienes detestan hasta los murmullos respecto a
sus inexcusables acciones.
Es imposible establecer reglas de
prudencia, instrumentadas por el silencio. Cada uno, según sus antecedentes,
formación y experiencia debe establecer qué, cuándo, dónde y cómo expresar sus
ideas sobre el tema que sea de su agrado opinar y atenerse a las consecuencias,
sí es que tienen que haber. No existe sistema cuantitativo que mida la
extensión, el peso o el volumen de lo que se expresa. Y sí existiera, estaría
sujeto a la elasticidad del criterio de cada uno.
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