Luego de los ataques de septiembre 11, 2001, para
prevenir reincidencias, los gastos en seguridad y bioseguridad incrementaron el
costo de la vida a los habitantes del mundo entero. Un evento que duró horas cambió la historia de la población
planetaria para siempre.
Lo mismo está aconteciendo y acontecerá con la
pandemia del Covid-19. Con una gran diferencia, éste es un asunto continuo que
lleva 5 meses de duración y se desconoce su permanencia futura. Sí se anticipa,
que además de las secuelas como enfermedad, está modificando y modificará la
existencia de los habitantes de la tierra.
Las medidas de seguridad y bioseguridad que exige la
convivencia con COVID-19 son mucho más exigentes, amplias y onerosas que las
que se utilizaron como respuesta inmediata y se siguen usando ante amenazas
terroristas. El vector que trasmite el virus es todo individuo. En el caso del
terrorismo, su contención se basa en un reducido número de personas. Con
COVID-19 todo mundo es sospechoso: sintomático o asintomático.
Los agentes económicos (empresas, gobiernos e
individuos) están erogando y seguirán presupuestando gastos inesperados en la
contención permanente del virus.
Los gobiernos, deberán fortalecer los sistemas de
salud no sólo en lo concerniente a la pandemia, pero también garantizar un
mejor estado de salud para la población en general. COVID-19 ha evidenciado la
vinculación entre enfermedades preexistentes prevenibles y el éxito del virus
en hospedarse en receptores con salud precaria. Aunado a los sistemas de salud,
deberá garantizarse el suministro de agua y apropiados sistemas de saneamiento.
Adicionalmente, corresponde a los gobiernos vigilar el cumplimiento de los
protocolos de seguridad aplicables a empresas y población en general.
Ninguna actividad económica y tampoco ningún individuo
ha escapado al impacto de COVID-19. El distanciamiento social, el uso de
mascarillas, el lavado constante de manos y las demás medidas de higiene ocasionan
mayores gastos que afectan el punto de equilibrio de los negocios y los
ingresos de los individuos. El teletrabajo ha desplazado costos de las empresas
a gastos familiares de las personas con posibilidad de desarrollar sus labores
desde el hogar.
La composición del producto interno bruto sufrirá
cambios proporcionales en cada país, similares al tamaño de las brechas que
deben cerrar para fortalecer sus sistemas de salud y protección social
(educación, seguridad social, etc.). También deberán revisarse las canastas
básicas que sustentan las bases para medir los índices de precios al consumidor,
por cambio en el peso de bienes y servicios que exige la contención del virus.
El impacto de COVID-19 no tiene que resultar en un
juego de suma cero. La IV Revolución Industrial, la inteligencia artificial y
la robótica que parecieran haber pausado su ritmo, contribuirán a romper el circuito
de ganadores y perdedores, para retomar y elevar el nivel de bienestar de las
poblaciones a nivel mundial.
El retroceso en el crecimiento y desarrollo económico provocado
por COVID-19 puede convertirse en un paso hacia atrás para tomar impulso hacia
un salto de garrocha en beneficio de todos. Pero, ese evento no será autónomo
ni precovidiano. Requerirá de la voluntad deliberada de los espacios de poder a
nivel internacional, nacional, sectorial e individual. Exigirá cambios en los
paradigmas del desarrollo, de las políticas de estado, del comportamiento de
los individuos. Demandará el surgimiento de un espíritu más solidario.
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