COVID19 desnudó las falencias del precario sistema de salud pública de Honduras. No es atenuante el pretendido argumento: “nadie estaba preparado para la pandemia”, después de haber gestado el mayor atraco continuado a una entidad de salud a partir de 2010. En el festín del sufrimiento de usuarios pacientes participan múltiples actores: abastecedores de medicamentos y equipos; licitaciones y compras amañadas; esquemas administrativos que facilitan empleos misceláneos; en fin, los aventajados suman activos a costa de la cada vez más deteriorada salud de los pacientes, pasivos que van acumulándose hasta convertirlos bajas colaterales a pesar de los esfuerzos de la gran mayoría de empleados de primera línea que trabajan con las ‘manos’.
Los actuales
gobernantes obligados a mejorar los servicios de atención médica se escudan en
un cántico desobligado que a fuerza de repetirlo revienta el tímpano de quienes
lo oyen y pretenden buscar chivos expiatorios en ¨12 años de dictadura¨ sin visos
ni compromiso de revertir la infortunada situación, mientras el número de
decesos de pacientes por diversas causas continúan amontonándose en
estadísticas de mortalidad que ni siquiera se dignan en registrar o publicar.
Los éxitos alcanzados por Honduras en el área de salubridad pública están borrándose
a ritmo acelerado.
Y como el
cáncer que avanza a través de los vasos sanguíneos y va contaminando las partes
sanas del cuerpo, la indolencia presente más allá de la salud va penetrando los
tejidos de una sociedad que va adoptando sistemáticamente las características
de la jungla. Y cada uno justifica su conducta selvática al hecho de que el
ejemplo surge del pasado, pero lamentable es que sus consecuencias se conjugan
en el presente.
Lo delicado
del asunto, es que la condición metastásica de un desgobierno traslada los
efectos a sociedades extranjeras que no están dispuestas a compartir la desidia
de un vecino. La débil seguridad de Honduras está provocando reacciones en el
campo migratorio que en lugar de escudarlo en un fementido ‘nacionalismo’ debe
buscarse la forma de corregir sus entuertos.
Costa Rica
empezó hace varias décadas poniendo en orden a sus altos funcionarios, de los
tres poderes del Estado. Aquí, se pasa pendiente de las solicitudes de
extradición que llegan de gobiernos extranjeros por no ejercer la ley como debe
ser. Las leyes se hacen para aplicarlas y se supone que están previstas para
establecer el orden y la armonía dentro de la sociedad. Las leyes no se
formulan para disimular, desordenar, desarmonizar y desatar el temido odio
distractor. Es asimétrico esperar que los afectados foráneos de nuestra
desidia, no tomarán elementales medidas antes de que se perturbe su seguridad.
Cuando
surgen individuos que, a fuerza de zalamerías, sus allegados los alientan a
violar las leyes, y ellos se convencen a sí mismos que existe en el ambiente una
condición sobrenatural que se ha introducido como metástasis en su cabeza,
entonces del irrespeto a la ley pasan al siguiente nivel: la comisión de delitos
de todo tipo en contra de la ciudadanía en general o en particular, extendiéndolo
fuera de nuestras fronteras.
Para un
redomado irrespetuoso de la ley, “el cielo es el límite” y consecuentemente
nadie puede considerarse seguro o garantizado que estará exento de sus
tropelías. En la aplicación sectaria de la ley (otro tipo de metástasis) se ha
visto fortunas multimillonarias que han sido diezmadas, como parte de los
designios de los ‘propietarios’ del poder. Y probablemente nunca se sabrá, qué
destino tuvieron los activos del despojo, qué estados financieros fueron a engrosar,
y tampoco, quiénes fueron los beneficiarios de tan inesperado premio.
De los
efectos devastadores de las metástasis, no se escapa nadie. El cáncer no es trasmisible,
pero es iluso esperar que países ‘hermanos’ están dispuestos a sufrir
consecuencias que no les corresponde.
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