Usualmente, la salud económica de un país se evalúa en
función del comportamiento de unos cuantos indicadores macroeconómicos. A los
gobiernos les interesa revelar y acreditarse los resultados alcanzados en los
niveles de: inflación, tipo de cambio, déficit fiscal y el saldo de la cuenta
externa, fundamentalmente.
Según datos del Banco Central de Honduras, el cálculo del
Producto Interno Bruto a precios de mercado con enfoque del ingreso, entre los
años 2013 y 2017 revela lo siguiente: 1) Las remuneraciones de los asalariados
se redujeron de 47% a 44%; 2) El excedente de explotación bruto (rentas y
utilidades) aumentaron de 9% a 11%; 3) Los impuestos netos de subvenciones
observaron un incremento de 29% a 31%; 4) El ingreso mixto bruto que comprende
una mezcla de rentas y salarios, no se incluye en este análisis, por no
disponer de datos segregados que indiquen las magnitudes de los componentes. En
todo caso, su proporción (15%) no observó modificación en el período objeto de
este artículo.
De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística,
para junio del año 2016 Honduras tenía una población económicamente activa de
2.2 millones de personas y 2 millones de asalariados. Estas magnitudes muestran
una idea de qué está aconteciendo con el ingreso de los trabajadores, peor cuando
las proporciones presentadas en el párrafo inmediato anterior no contienen la deflactación respecto al índice de precios al consumidor (precios constantes).
Las cuentas nacionales infortunadamente no cuentan la historia
real de lo que ocurre en la economía en general. El PIB anual, como se mide
hasta ahora, no incluye las acciones subterráneas típicamente ilícitas que
afectan adversamente el normal desenvolvimiento de las empresas y la salud
económica y sicológica de las personas.
No existen valoraciones económicas sistemáticas a ningún
nivel que permitan conocer los efectos del crimen en términos de extorsión,
robos, secuestros, daños a la propiedad, etc. que, constituyendo costos efectivos
de operación, no están previstos para ser reconocidos por alguien, salvo que se
cuente un seguro para ello.
La pequeña y gran corrupción que afecta a empresarios y a la
población en general tampoco tiene su “reconocimiento” en los estados
financieros que se presentan ante entidades financieras y al gobierno.
A pesar de que el gobierno ha venido aumentando sus ingresos
sostenidamente desde el año 2013 y continúan las severas brechas en gasto social
e inversión, según el Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (ICEFI),
la deuda pública de Honduras alcanzó el 50% en 2017. Entonces, aparte de
aquello excluido de las cuentas nacionales, algo no cuadra cuando Honduras se
endeuda de manera acelerada y miles de hondureños continúan desempleados por períodos
prolongados o huyen despavoridos del país en busca de mejores horizontes.
Sí buena parte de los recursos propios y préstamos que
contrata el gobierno se destinan a transferencias populistas, seguirán los
halagos de los prestamistas para un deudor a quien se le condonó la deuda
externa hace 13 años, a sabiendas que el peso de la deuda pública podrá hacer
añicos los frágiles indicadores macroeconómicos más temprano que tarde.
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