En una reciente entrevista en vivo en una de las cadenas
norteamericanas de noticias, la entrevistada opinaba sobre el libro escrito por
un exjefe del Servicio Federal de Investigación de los Estados Unidos. Cuando
el presentador de noticias le preguntó sí había leído el libro, ella respondió
que no.
Existe una costumbre extendida a mentir sin necesidad cuando
se trata de descalificar a alguien o a algo.
En cierta ocasión, un gobierno estaba tratando de introducir
una ley que resultó ser altamente controversial. En una gira por la zona sur de
algunos promotores de la futura legislación, en una reunión de socialización de
ésta, un reconocido periodista de la zona se dirigió a los asistentes y les
argumentó: “yo no he leído esa ley, pero yo considero que les afecta”. Los socializadores
quedaron estupefactos ante la desfachatez del orientador social.
Otra tendencia en este asunto de faltar a la verdad es la
inclinación de algunos buscadores de empleo a exagerar en relación con el número
de idiomas que dominan. El asunto aquí es que, al ser sometidos a una prueba de
fuego, se desbarata la mentira y en algunos casos, se pierde el empleo.
En cualquier circunstancia, cuando no se tiene noción precisa
de algo y surge una interrogante al respecto, es preferible aceptar
paladinamente su desconocimiento en lugar de arriesgarse a ponerse en
evidencia.
No por casualidad, en la entrada al salón de sesiones de la
junta directiva de una de las mayores empresas industriales de Honduras, se
puede leer una especie de advertencia a los que participan en tales reuniones: “Es
preferible permanecer callado y ser considerado ignorante, que abrir la boca y
remover la duda”.
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