La perra pastor alemán, llegó procedente de Danlí un poco
como castigo a su inusitada tendencia a vagar. Además, llegaba a ejercer una
función que hace 30 años, era quizá la principal tarea de los caninos en las
casas: la seguridad. Infundir temor, dar alertas con sus ladridos y
eventualmente proteger la vida y los bienes de su amo. Eran tiempos en los que
los cacos todavía no eran tan sofisticados, ni contaban con armas e
instrumentos como para invadir una residencia. Y un ejemplar de 60 centímetros
de alto y 70 libras de peso, podía infundir respeto.
Su comportamiento amigable convirtió a Sombra en la fiel
mascota de los tres niños y adolescentes que habitaban la casa. Era notorio
cuando los entonces estudiantes llegaban de la escuela o el colegio y la pesada
cola de la perra giraba como un ventilador. Era impresionante el entendimiento recíproco
que había surgido entre ellos. Los jóvenes la recompensaban con caricias y
otras muestras de cariño.
Para mantenerse en forma, Sombra recorría constante y rápidamente
el corredor de la casa de unos 70 metros de perímetro. Tenía que quemar las calorías
de su alimento favorito: costilla. Las bondadosas porciones que comía fueron
objeto de una pregunta del carnicero a su amo: “Para que quiere tanta carne” y
la respuesta: “Para mantener satisfecha a Sombra”. Luego el carnicero comentó: “Ah,
eso es lo que compran algunos clientes para su consumo”.
Durante el tiempo que Sombra habitó la casa no se produjo
intento de invasión alguno por parte de delincuentes. Cualquier desconocido que
pasaba cerca de la verja, era recibido con los sonoros ladridos del can. Una
evaluación de su desempeño tendría un 10 de calificación.
En una oportunidad, se desató en los alrededores, una plaga
de roedores. Los ratones empezaron a convertirse en un dolor de cabeza dañando
ropa y otros bienes. La decisión fue llamar a la fumigadora que como parte del
esquema de exterminio colocó veneno para ratones en lugares estratégicos lejos
del alcance de Sombra. Por esos días, se ocurrió la construcción de un mueble
en el cuarto de planchado. El carpintero hizo movimientos que provocaron el
desplazamiento del veneno hacia el territorio de la perra. Y el poder de
atracción del tóxico, sedujo la curiosidad del animal. Su efecto fue inmediato.
Daba saltos enormes de desesperación.
Moribunda, se llevó al veterinario sólo para que confirmara
que no podía hacerse nada para salvar la vida del can. Sombra, falleció.
Cuando los estudiantes llegaron de la escuela, preguntaron
por Sombra -que no había salido a recibirlos- y supieron la infausta noticia. De
inmediato aquello se trasformó. El duelo, la desolación y la tristeza se apoderó del ambiente. Un silencio fúnebre se esparció
por toda la casa. Las lágrimas de los chicos no pudieron contenerse. Y el drama
se repitió los días siguientes.
Han transcurrido más de 20 años desde la desaparición física
de Sombra. Y en los temas de conversación de sus fieles amigos, no reaparece su querida mascota. Existe entre ellos un código de borrar la nostalgia y el dolor por el inmenso
cariño que Sombra llegó a despertar en ellos.
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