Hace unos
40 años, 5 centroamericanos coincidieron en Taiwán para recibir un curso sobre
desarrollo agrícola en la ciudad de Taoyuan a 42 kilómetros de Taipéi. Al segundo día de su arribo, uno de los
integrantes sugirió visitar Taipéi. Tomaron un bus que consumió 45 minutos en el
trayecto. Todo iba bien. Conocieron Taipéi
a pie, hasta que la tarde cayó y las sombras de la noche, cubrieron con su
oscuro manto, la ciudad.
Los
intrépidos exploradores buscaron el retorno en el lugar donde se habían bajado
del bus. Infortunadamente, no era allí la estación de regreso. El grupo, buscó
puntos de referencia y los rótulos luminosos en mandarín sólo aumentaron su
confusión y su angustia. Empezaron a preguntar a transeúntes chinos que no
hablaban ni una palabra de inglés. Después de varios intentos, abordaron a un peatón
que hablaba inglés, era ingeniero electricista e incluso había viajado a México.
El amable ingeniero, le devolvió la vida al grupo.
El ángel providencial
taiwanés casi tomó de la mano a los aventureros visitantes; los llevó a la estación
de buses hacia Taoyuan; le dio instrucciones al conductor; y finalmente, pagó
el pasaje de los 5 atrevidos.
Una vez en
Taoyuan, el grupo no tenía idea donde bajarse del bus lo mas cerca del
instituto. A la mano de Dios, descendieron donde supusieron estaban cerca de su
destino; pararon un taxi y le mostraron al conductor un folleto con la dirección
del instituto en inglés y mandarín. El taxista entendió y llevó a puerto seguro
a los aventados visitantes.
Cuando hay
oportunidad de visitar y conocer otros lugares, una pizca de aventurero puede
hacer el viaje una experiencia excitante. Pero es preferible tomar algunas
precauciones sobre hasta donde debe llegar el arrojo de los visitantes,
particularmente cuando la lengua local es totalmente diferente al idioma que
manejan los turistas.
Para el
caso de quienes hablan una lengua romance, la lectura de rótulos en idiomas
similares puede facilitarse. Pero, a medida que, los idiomas van tomando otros
alfabetos y símbolos, la situación de la comunicación se complica y puede acarrear
consecuencias inesperadas.
El sólo
hecho de salir del país nativo, ya es un reto en sí. Pero los viajeros no deben
esperar que encontrarán por el mundo a un buen samaritano, como el ingeniero
taiwanés de esta historia, que los sacará del embrollo de haberse perdido en un
bosque de la China.
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