De los momentos más dolorosos de la existencia son
aquellos cuando se debe decir adiós a un ser querido. Desde un familiar hasta
una mascota. Duele y debe doler.
Hay otros momentos impregnados de dolor que tienen
relación a circunstancias menos dramáticas, pero igualmente traumáticas.
Alejarse obligadamente de un puesto público después de un
buen lapso, provisto de todo tipo de privilegios como: oficina, transporte,
subalternos, guardaespaldas, viajes al exterior, etc. es capaz de provocar una
sensación de pérdida similar al inducido por el denominado “síndrome de
abstinencia”.
Varios factores pueden contribuir a que el sentimiento de
desolación sea más impactante. En primer lugar, los puestos públicos a nivel de
funcionario son por naturaleza, volátiles. Eventualmente la esperanza de vida
de una alta posición es como sumo igual a un período de gobierno. En segundo
lugar, los puestos ejecutivos tanto de sector público como privado suelen ser
apetecidos por numerosos aspirantes que se autocalifican con igual o mejor
derecho que quienes están ocupando los cargos a los que aspiran. En tercer
lugar, los funcionarios suelen olvidar con rapidez que aquello para lo cual han
sido nombrados adolece de tal fragilidad que está sujeto a eventos
circunstanciales y externos que determinan que su presencia en el puesto
dependa de ciclos temporales independientes de su voluntad o deseos.
El descenso de la escalinata del poder, los privilegios y
hasta la inmunidad e impunidad resulta mucho más doloroso cuando quienes se han
acostumbrado a perdurar en altas esferas, se han aferrado a espejismos
exagerados de permanencia, indispensabilidad e inamovilidad. Resulta usual para
algunos funcionarios, trasladar desde la quietud de sus hogares, todo tipo de
elementos que les otorgan la sensación de transformar la oficina en una
extensión de la casa. Descolgar fotos familiares, reconocimientos, títulos,
artesanías de lugares que han visitado, etc. suele acentuar la tristeza del
alejamiento de un lugar en donde se es inquilino temporal y no pertenece a
nadie. O en el caso de empresas privadas, pues pertenecen a sus dueños.
Donde no se cuenta con escuelas de líderes en las cuales se
preparan individuos prospecto a ocupar altos puestos, es la sabiduría de cada
uno la que determinará el comportamiento apropiado en el desempeño de la
posición que se les confíe. La conducta de los funcionarios en los puestos de
poder determinará el reconocimiento que el público le dispensará una vez fuera
de los mismos.
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