lunes, 19 de noviembre de 2018

OTOÑO

Cifras de la Encuesta Permanente de Hogares del Instituto Nacional de Estadística (INE) de Honduras 2017, revelan que las personas de 60 años y más continúan aportando al mercado de trabajo y consecuentemente a la economía nacional. Ocupan el cuarto lugar como receptores de ingresos, entre los 9 grupos etarios que clasifica el INE.
De un total de 852, 273 personas mayores, 414,836 estaban ocupadas. De las ocupadas, 89% declararon recibir ingresos de las cuales 70% se ubicaban por cuenta propia y 19% como asalariados.
Con una escolaridad promedio de 5.4 años, resulta elemental adivinar en qué sectores económicos y ocupaciones los adultos mayores ejercen mayormente sus actividades laborales.
En las últimos 4 décadas, se ha desarrollado una cultura de corte transversal en la sociedad hondureña donde prevalece el culto hacia las edades tempranas por parte de padres, tutores, encargados o cualquier título que ostenten aquellos que deben orientar, dirigir y guiar a niños y jóvenes para el futuro que les sobrevendrá.
La desintegración familiar legal (divorcios, separaciones y parejas sin ataduras) y de hecho (particularmente de madres y padres que deben abandonar sus hogares y su país en la búsqueda de oportunidades de sustento, formación y mejores condiciones de vida) ha dejado sin dirección a miles de niños y jóvenes, que sufren el trauma de sentirse abandonados por parte de aquellos que se supone deberían estar muy cerca de su protección y disciplina.
Como contrapartida al fracaso deliberado o no de los adultos, ha venido consolidándose una actitud permisiva hacia las responsabilidades que deben ir asumiendo los niños y los jóvenes para enfrentar los retos de la existencia, particularmente en el ámbito educativo. Es así como, algunas fuentes señalan que 10% de los jóvenes NINI (no estudian ni trabajan) inculpan a sus responsables que no les permiten trabajar.
Entonces, el otoño apacible que deberían disfrutar los adultos mayores, se convierte en una lucha cotidiana por la sobrevivencia no sólo de ellos, si no también de aquellos que dependen de su trabajo y de sus ingresos. Un poco de mundo al revés.
El asunto se plantea sombrío en el largo plazo. Los adultos mayores cuentan con un horizonte de vida reducido. Y los jóvenes, particularmente los denominados NINI, enfrentarán un mundo tecnológico muy diferente al que le tocó vivir a sus padres y abuelos. Y no se vislumbran políticas públicas dirigidas a cambiar rápida y radicalmente talsituación.


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