Sus múltiplos usos hace de las armas instrumentos para
proteger la vida o para provocar la muerte. Desde la seguridad de las personas,
los bienes, el establecimiento del orden, hasta la defensa de la patria, las armas
circulan en medio de la población.
Con 1,300,000 armas legales e ilegales, el detalle clave es
que no todo mundo tiene afición por la portación de armas y en un país como
Honduras, con una seguridad frágil, la proporción entre personas que circulan desarmados
e individuos armados es aproximadamente de 90 a 10.
Esa proporción de 90/10 establece un enorme desequilibrio
entre quienes, observando una amenaza real o ficticia a su seguridad o la de
sus bienes, reaccionan sin el menor nivel de prudencia, disparando sus armas a
indefensos, en algunos casos con fatales consecuencias.
Ante el generalizado clima de violencia en el país, la
población permanece enervada y es posible que, ante algunas situaciones de
aparente peligro, los armados reaccionen jalando el gatillo contra la humanidad
de supuestos perpetradores.
Entre las personas que circulan armadas existen diversos niveles
de preparación en cuanto a la portación y uso de las armas. Se espera que
alguien que cuenta con formación militar, policial o de seguridad privada evalúe primero la
proporción de la amenaza y el nivel de peligro ante situaciones diversas, incluyendo
las confusas.
Es posible que ante el modus operandi de grupos criminales, actuando bajo el esquema de emboscada y que no advierten ni dan el mínimo
espacio a sus víctimas para defenderse, algunos protocolos de seguridad
hayan cambiado. Sin embargo, siempre, el uso de un arma en contra de una
persona desarmada retrata la mentalidad del homicida y se califica como un uso
desproporcionado de fuerza. No se dispara a un inerme y se pregunta después.
En otras latitudes, antes de usar un arma frente a una persona
desarmada, se dan una serie de instrucciones para asegurarse que el sospechoso no
tendrá oportunidad de utilizar la sorpresa. Pero disparar sin mediar palabra, es un acto infortunado
de total desconsideración a la vida humana.
Quienes han permitido por negligencia establecer el clima
de inseguridad prevaleciente, deberían ser más comedidos y entender que la
población hará una extrapolación de sus excesos deliberados o no, que
incrementará la histeria colectiva ante la violencia generalizada.
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