José Modesto era nuestro hermano mayor. Tomó el bastón
en el que apoyaba su locomoción los últimos años de su existencia. Se dirigió a
la salida y atravesó la puerta de la eternidad para ese viaje sin retorno.
De niños, nuestro padre inculcó a sus seis hijos, el
hábito de la lectura. José Modesto, se inclinó por la poesía y la declamación,
memorizando poemas de Rubén Darío y Juan Ramón Molina, bardos preferidos de nuestro
padre.
No manifestó afición por practicar deportes. Aún así,
se las arregló para completar el álbum de jugadores del mundial de fútbol 1962,
celebrado en Chile. Y los álbumes reforzaron su conocimiento e imaginación
cuando llenó otro denominado “La vida en el año 2000” donde aparecían inventos
distantes para 1960, que llegaron a facilitar la existencia humana décadas
antes del fin de siglo.
Cuando arribaban los aires de noviembre, fabricaba
cometas que íbamos a elevar al cerro El Picacho. Le fascinaba el sonido de la
cometa con sus flecos de papelillo rompiendo el viento. A uno de esos barriletes,
de un medio metro de largo, lo bautizó Pegaso.
Otro pasatiempo que absorbió sus momentos libres fue
la filatelia. Compartió esa afición con amistades ubicadas en diversos países
del mundo particularmente con una joven suiza, vínculo que resultó en un
intercambio epistolar por más de 20 años.
Los estudios secundarios en colegios diferentes,
modificó nuestro acercamiento social. Cada uno dedicado a lo suyo. Luego, ingresó
a la universidad para iniciar estudios de medicina. Ese solo hecho marcó un primer
hito en la familia. El segundo hito lo constituyó el viaje al extranjero de
nuestro hermano Carlos Enrique, también para iniciar estudios de medicina que
culminaría en México. Fue el anticipo de que un tercio de los hermanos se
convertirían en galenos, como sucedió.
Orgullosos, observábamos su pulcro uniforme blanco y rápidamente
nos beneficiamos de los consejos que, sobre salud e inocuidad, transmitía a
nuestra madre.
Luego de graduarse de médico, su inquietud por servir
lo llevó a la Universidad de Chile, en Santiago, donde obtuvo la especialidad
en Psiquiatría.
Adicional a la práctica privada que ejerció hasta el
final de su existencia, su asistencia profesional se concentró en el Hospital
de Agudos, Mario Mendoza y en el Hospital de Especialidades Psiquiátrico Santa
Rosita, en donde existe una placa de reconocimiento a su labor de 15 años.
José Modesto era mi filtro más cercano para consultas
de salud. Sus diagnósticos, tratamientos y referencias a otros especialistas,
siempre fueron apropiadas conmigo y su identificación filial en el campo médico,
llegó mucho más allá de la línea del deber.
José Modesto nos hace bastante falta a todos sus hermanos.
Por las circunstancias, sólo uno de nosotros lo despidió en la última morada. A
los demás nos tocó diferir el último adiós para cuando haya pasado la pesadilla
de la pandemia.
Uno de los detalles más importantes de su partida ha
sido, las incontables muestras de pesar que todos sus hermanos hemos recibido
de gente solidaria y empática. Esas manifestaciones que agradecemos
infinitamente han sido el mejor bálsamo para atenuar el dolor de su partida.
Tegucigalpa, 19 de abril de 2020.
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