Cuando en un país, los primeros obligados a respetar y hacer
que se respete la ley son los iniciadores en el uso de triquiñuelas para hacer o
deshacer lo que por derecho está prohibido y manipular a los operadores de
justicia para que las normas se apliquen discrecionalmente, el estado de
derecho se derrumba; la impunidad es un reflejo de las mayores asimetrías en la
sociedad; y la democracia electorera constituye un remedo de libertad política,
en la que sólo creen quienes se apropian del poder o los representantes de
intereses foráneos que evalúan las situaciones en términos de un conveniente beneficio/costo.
Y como el cáncer que avanza a través de los vasos sanguíneos
y va contaminando las partes sanas del cuerpo, el irrespeto a la legalidad va
penetrando los tejidos de una sociedad que va adoptando sistemáticamente las
características de la jungla. Y cada uno justifica su conducta selvática al
hecho de que el ejemplo surge de las cúpulas.
Lo delicado del asunto, es que las leyes se hacen para
aplicarlas a personas y se supone que están previstas para establecer el orden
y la armonía dentro de la sociedad. Las leyes no se formulan para desordenar, desarmonizar
y desatar el temido odio, que ahora se trata de controlar vía decreto obviando la naturaleza
de sus causas. Una asimetría más. Maltratan y esperan que los afectados les
rindan pleitesía.
Cuando surgen individuos que a fuerza de zalamerías, sus
allegados los alientan a violar las leyes, y ellos se convencen a sí mismos que
existe en el ambiente una condición sobrenatural que se ha introducido como
metástasis en su cabeza, entonces del irrespeto a ley pasan al siguiente nivel:
la comisión de delitos de todo tipo en contra de la ciudadanía en general o en
particular, en este caso para despojar a aquellos que levantaron con esfuerzo
de generaciones negocios que les permitieron gozar de una vida holgada.
Para un redomado irrespetuoso de la ley, “el cielo es el
límite” y consecuentemente nadie puede considerarse seguro o garantizado que
estará exento de sus tropelías. En la aplicación sectaria de la ley (otro tipo
de metástasis) se ha visto fortunas multimillonarias que han sido diezmadas,
como parte de los designios de los propietarios del poder. Y probablemente
nunca se sabrá, qué destinos tuvieron los activos del despojo, qué estados
financieros fueron a engrosar, y tampoco, quiénes fueron los beneficiarios de
tan inesperado premio de lotería.
De los efectos devastadores de las metástasis, no se escapa
nadie.
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