Nuestra guía conforme a lo programado llegó puntual a la cita
en el lobby del hotel en Moscú. La menuda rusa de facciones atractivas y pelo color
rojizo, impresiona a primera vista. La atracción visual se agranda una vez que
ubicados en el interior del vehículo nos explica en inglés americano los puntos
turísticos a los cuales tiene pensado llevarnos. Acordado el recorrido,
le da instrucciones a Sergei, el conductor.
Pasamos frente al Teatro Bolshoi y nos explica lo difícil
que resulta conseguir entradas para la temporada de presentaciones. El tour de tres horas y media incluyó: el Monumento Militar; el Convento de
Novodevichi, el Antiguo edificio de la KGB, el Puente de Crimea sobre el Río
Moscú, el Parque de la Victoria y la Catedral de Cristo Salvador. De cerca y de
lejos; caminando o dentro del automóvil asignado, Marina no descansa en
combinar los aspectos geográficos de los monumentos que nos muestra pues también
nos cuenta piezas de historia relativos a cada uno de ellos, a Moscú y a Rusia.
Incluyó en sus relatos, el permanente asedio de Rusia por
conquistadores extranjeros procedentes de varias latitudes y la pérdida de sus abuelos
durante la invasión alemana de la Segunda Guerra Mundial, reminiscencia de un
dolor que no se olvida después de 80 años.
Los repetidos incendios provocados o autoprovocados que
destruían las ciudades rusas respondían -nos cuenta Marina- al tipo de material
que se utilizaba en las construcciones: madera. Una vez que Rusia se sintió más
segura, se iniciaron construcciones con materiales más permanentes.
En medio de anécdotas vinculadas por ejemplo al convento de
Novodevichi, supimos que las aspirantes a monja de tal convento no tenían que
sujetarse como precondición al celibato como se acostumbra en otras religiones por
lo que a su vez constituía un lugar de reclusión de esposas en desgracia de
altos jerarcas, en un país en donde el divorcio era prohibido.
El punto de mayor identificación con Marina surgió cuando
decidió hablar de sus preferencias como lectora de autores rusos,
norteamericanos y latinoamericanos. La coincidencia de autores y obras
preferidas resultó impresionante y catapultó el entusiasmo de la conversación.
A partir de la plática sobre autores y sus obras, el tiempo transcurrió
más rápido y pronto nos encontramos frente al hotel donde nos alojábamos.
Nos despedimos en la entrada, con la sensación de que algo
se desprendía junto con el adiós. Fue una experiencia similar y distinta a la
vez del tema de la canción Nathalie de Gilbert Bécaud, 1964.
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