lunes, 23 de julio de 2018

MARINA

Nuestra guía conforme a lo programado llegó puntual a la cita en el lobby del hotel en Moscú. La menuda rusa de facciones atractivas y pelo color rojizo, impresiona a primera vista. La atracción visual se agranda una vez que ubicados en el interior del vehículo nos explica en inglés americano los puntos turísticos a los cuales tiene pensado llevarnos. Acordado el recorrido, le da instrucciones a Sergei, el conductor.
Pasamos frente al Teatro Bolshoi y nos explica lo difícil que resulta conseguir entradas para la temporada de presentaciones. El tour de tres horas y media incluyó: el Monumento Militar; el Convento de Novodevichi, el Antiguo edificio de la KGB, el Puente de Crimea sobre el Río Moscú, el Parque de la Victoria y la Catedral de Cristo Salvador. De cerca y de lejos; caminando o dentro del automóvil asignado, Marina no descansa en combinar los aspectos geográficos de los monumentos que nos muestra pues también nos cuenta piezas de historia relativos a cada uno de ellos, a Moscú y a Rusia.
Incluyó en sus relatos, el permanente asedio de Rusia por conquistadores extranjeros procedentes de varias latitudes y la pérdida de sus abuelos durante la invasión alemana de la Segunda Guerra Mundial, reminiscencia de un dolor que no se olvida después de 80 años.
Los repetidos incendios provocados o autoprovocados que destruían las ciudades rusas respondían -nos cuenta Marina- al tipo de material que se utilizaba en las construcciones: madera. Una vez que Rusia se sintió más segura, se iniciaron construcciones con materiales más permanentes.  
En medio de anécdotas vinculadas por ejemplo al convento de Novodevichi, supimos que las aspirantes a monja de tal convento no tenían que sujetarse como precondición al celibato como se acostumbra en otras religiones por lo que a su vez constituía un lugar de reclusión de esposas en desgracia de altos jerarcas, en un país en donde el divorcio era prohibido.  
El punto de mayor identificación con Marina surgió cuando decidió hablar de sus preferencias como lectora de autores rusos, norteamericanos y latinoamericanos. La coincidencia de autores y obras preferidas resultó impresionante y catapultó el entusiasmo de la conversación.
A partir de la plática sobre autores y sus obras, el tiempo transcurrió más rápido y pronto nos encontramos frente al hotel donde nos alojábamos.
Nos despedimos en la entrada, con la sensación de que algo se desprendía junto con el adiós. Fue una experiencia similar y distinta a la vez del tema de la canción Natalie de Gilbert Bécaud. 

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