sábado, 9 de marzo de 2019

IMAGEN

La imagen de un país la construyen los nacionales del mismo y los extranjeros que se integran de manera permanente para engrandecer al terruño con su fisonomía, comportamiento y sus acciones. Las bellezas naturales como montañas, ríos, mares y otros accidentes geográficos contribuyen a la imagen de la nación, pero sólo son accesorios de su activo principal: la gente que lo habita.
El aspecto físico actual, resulta en el caso hondureño, de una mezcla de descendientes: de las tribus indígenas, los conquistadores españoles, los garífunas y los inmigrantes provenientes de Europa y Asía, fundamentalmente. También heredamos sus culturas de las cuales no podemos escapar, pero a su vez no podemos culparlos de nuestro estatus cultural actual y llegar al extremo del desprecio con hechos vergonzantes como derribar la estatua del descubridor de América. Eso es simple involución.
Las instituciones, se copiaron de España. Pero la forma esquizofrénica como se manejan hoy no es culpa de los españoles. Es nuestra responsabilidad. Desde que los padres de la república concluyeron que había que independizarse, eso conllevaba la responsabilidad de comportarse como adultos civilizados. Salvo escasas excepciones, no hay plan con plazo más allá de un período de gobierno, ni institución pública que mantenga el mismo nombre por más de 50 años. Y tampoco se trata de la cantidad de tiempo de un mismo partido en el gobierno, si no de la calidad de gestión en beneficio de las mayorías.
La disfunción de las familias se traslada a la sociedad. Y los valores de respeto, solidaridad y prudencia se postergan ante los privilegios transitorios que representan la tenencia y ostentación de bienes materiales. Una herencia que no corresponde se antepone al amor filial que debe prevalecer entre parientes. Y la suma de familias enemigas entre sí, continúa interminable para fortalecer la noción de un país dividido.
La suma de escándalos de corrupción que se remontan al fallido canal interoceánico, cuyos gestores hondureños se robaron la plata para adquirir castillos en Francia, ha sentado la pauta del modus operandi delincuente y criminal de quienes ostentan el poder exclusivamente para su propio bienestar, menospreciando las repercusiones presentes y futuras para millones de conciudadanos.
La imagen de un país no es cuestión de logos, cancioncitas, anuncios o rasgarse vestiduras exigiendo lo que no es. Tampoco se trata, para adentro y para afuera, que sólo se digan bellezas alejadas de la verdad. La imagen, en las familias y en las naciones, depende del esfuerzo persistente de sus integrantes y está en función de la construcción de un amor y una autoestima que precisa de educación, perseverancia y esmero.


No hay comentarios:

Publicar un comentario