Hace unos años. Era un lunes. Al parroquiano le tocó su turno. Subió a la silla y se apoltronó en ella. El barbero -antes era usual- entabló de
inmediato conversación con su cliente, que levantó su tono de voz. Parecía apresurado
por compartir con el barbero y los demás parroquianos que habrían de oírle, una
historia que a él le pareció fantástica, pero a algunos oyentes les lució
repugnante.
“El fin de semana me fui de cacería con unos amigos”, dijo el
cazador enfático, orgulloso. “Matamos 16 venados, incluyendo una hembra que
estaba embarazada”. Luego de la infortunada confesión, en el salón de la
barbería del hotel, sólo se escuchaba el sonido de las tijeras cortando pelo, o
las rasuradoras, rebajando barbas.
En los veranos, el pasto seco de los bosques obliga a
sus habitantes silvestres a buscar agua y alimentos cada vez más escasos. Su
hábitat disminuye drástica y progresivamente por la acción de madereros, desarrolladores
urbanos, la ampliación de la “frontera agrícola” en zonas forestales, los
pirómanos y aunque muy poco se menciona, la acción de los cazadores, que se
suman a la pandilla de asesinos de los bosques y destructores del ambiente.
El modus operandi de los cazadores consiste en meterle fuego
a la foresta, para que los animales de todo tipo salgan de sus madrigueras y se conviertan
en blanco fácil para los que practican tan abominable deporte. Su abuso incluye la quema de propiedades
privadas. Como si fuera una guerra, el accionar de los cazadores es similar al
efecto que produce el napalm.
La cultura de eliminar de puro gusto toda criatura que se
mueve por la tierra, el aire o el agua, es reflejo de un instinto asesino incontrolable.
Aparte de ser una conducta autodestructiva, contribuye a alimentar el desprecio
por la vida en general, incluyendo la existencia humana.
Los efectos del cambio climático que cada vez son más
evidentes y dramáticos, constituyen la contrapartida al comportamiento
inhumano, que los habitantes “inteligentes” de la tierra están recibiendo, en
parte por su instinto de exterminación. Ese instinto de aniquilamiento que
llevará a la humanidad a su propia extinción.
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