La corrupción se desplaza en jet. La anticorrupción camina a
pie. Quizá, uno de los grandes fracasos
de intentar contener la corrupción en la mayoría de los casos es, la
identificación de sus víctimas directas.
La dificultad de presentar el cuerpo del delito, para aquellos
que luchan contra tal flagelo, hace considerarlos como terceras partes. El
corrupto (el delincuente) cuenta con el motivo y la oportunidad que el mismo crea.
Instala el escenario. Actúa con
alevosía, premeditación y ventaja. Y para asegurarse que no será castigado controla
todos los anillos de prevención, control y condena del crimen. Eso que le denominan operadores de justicia.
El corrupto se da el lujo de suscribir convenios con
organismos internacionales que supuestamente luchan contra la corrupción y
tales convenios le sirven (con la complacencia de sus contrapartes) como
patentes de corso para exhibir su “transparencia” y continuar el saqueo impune
de los recursos públicos.
Los corruptos se aseguran en compartir migajas de recursos o
espejismos de poder con sectores de todas las capas de la sociedad que con
ardoroso y abierto entusiasmo o taimado y cómplice silencio le garantizan al
corrupto que no se referirán adversamente a tan incómodos temas.
Cuando las denuncias de corrupción empiezan a considerarse riesgosas
para la santidad del trabajo “honorable” de los corruptos, éstos utilizan diversas
acciones estratégicas correspondientes al nivel de peligro que signifiquen el
ponerlos en evidencia. Desde acusaciones
de falsedad, pasando por ironías, sarcasmo, burla y cinismo para descalificar a
quienes consideran sus enemigos, hasta asegurarles un recinto carcelario o un anticipado
viaje al camposanto.
El corrupto no actúa sólo. Para crear un espectro
generalizado de corrupción debe contar con un núcleo sólido de partidarios que le
garanticen religiosa obediencia e incondicional apoyo, aun cuando resulten
afectados ellos mismos por los perversos efectos de la corrupción.
La proclividad al delito de una sociedad tiene su mayor
manifestación en la corrupción. El que la ejecuta y el que la permite son
cómplices.
Siempre habrá corruptos, y a su vez, nunca faltarán voces de
resistencia que se levanten para manifestar su disidencia. Ahora, cuando en una
sociedad, la corrupción se vuelve epidemia, es más fácil que los disidentes deban
emigrar para salvar sus vidas y faltará espacio en las cárceles para los
denunciantes, no para los corruptos, que con carcajadas de hienas continuarán la
fiesta interminable de los recursos mal
habidos.
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