La lealtad en la política partidista resulta ser un tema que
no contempla de manera explícita en Honduras, la Ley Electoral y tampoco los
estatutos de los partidos políticos. No existe lealtad por parte de los
candidatos electos, ya sea en comicios primarios o en elecciones generales, hacia
los grupos de apoyo y electores que creyeron en falsos proyectos políticos y
aportaron recursos financieros, materiales y tiempo para favorecer a sus
líderes en puestos de elección popular.
Cuando el candidato a un puesto de elección se promueve como
un producto de buena calidad para una posición determinada, el electorado que
cree en sus promesas confía en que la fecha de expiración del mismo está
relacionada con la efectividad que tenga ante sus competidores y que el
“producto” continuará en la competencia hasta haber demostrado sus cualidades.
El abandono de la contienda por parte de un candidato electo,
en cualquier etapa de la misma, es similar al comportamiento de un desertor que
deja el campo de batalla en medio del fragor de la lucha. Como un producto que apela al consumidor, el
candidato debe demostrar su idoneidad, tantas veces como se lance al ruedo
político; es decir, siempre.
El candidato electo fallido que no evidencia razones justificadas
para burlar la preferencia del electorado irrespeta, menosprecia y traiciona a
quienes lo favorecieron con su voto.
Los candidatos electos, sin duda, deben contar con atributos
para agenciarse los votos del electorado. Pero eso no debe obnubilarlos a creer
que el peso electoral obtenido es el resultado únicamente de sus habilidades y
merecimientos y que sus votantes constituyen una suerte de mercado cautivo que
los va a premiar con su elección, independientemente del número de veces que
los traicionen.
También se juega peor con el electorado, cuando una vez en
el cargo, el candidato electo se dedica a negociar, transar o ejecutar acciones
en perjuicio de aquellos mismos que lo favorecieron con su voto. O manifiesta
un comportamiento neutro. Esta actitud es mucho más nociva que abandonar una
candidatura, puesto que, el candidato en lugar de defender los intereses
generales se transforma en verdugo de la población y consecuentemente de su
propia base política.
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