Cuando los inventores crearon el automóvil, imaginaron que
sería un instrumento que facilitaría la existencia de la población para
desplazarse más rápido a mayores distancias. Quizá, nunca pensaron que se
convertiría en una suerte de fetiche, muestra de poder, orgullo y apariencia
más allá de los aportes de natura.
La veneración de algunas personas por su automóvil los torna
en energúmenos cuando se trata de que alguien les roce el chasis o el
parachoques del automotor en una falta que desde luego es involuntaria, puesto
que nadie desea pintar o despintar su cacharro.
La irascibilidad que provoca una simple colisión obnubila al
eventual afectado que totalmente descontrolado reclama airadamente al despistado
culpable, y de una simple colisión que se resolvería amigablemente o que cubriría
el seguro, se escala a una situación que puede llevar a fatales consecuencias.
En una ocasión, en un supermercado, un conductor
desprevenido retrocedía sin percatarse que un peatón transitaba detrás de su
automóvil. Como aviso, el peatón, antes de terminar atrapado entre el auto en
retroceso y el siguiente auto en cola, dio un golpe en el baúl, y el casi
causante del accidente en lugar de ofrecer disculpas empezó a insultar al
peatón por el agravio causado a su idolatrado instrumento de poder.
En otra, un despistado motorista que retrocedía estacionándose
con un pick-up oyó el manotazo de un transeúnte que de esa manera le avisaba con
un toque en la paila para no ser atropellado. El conductor del maltratado aparato
salió del auto, sacó un arma y disparó fatalmente contra el peatón que evitó
ser atropellado, pero que no pudo escapar a las balas del energúmeno del
volante.
En una ciudad como Tegucigalpa, agobiada por los tranques
vehiculares, una colisión de US$ 10 puede causar colas de kilómetros y atrasar
el ya caótico tránsito de la ciudad.
La Dirección Nacional de Tránsito podría contribuir a
modificar la cultura de sobre reaccionar a una simple colisión de parachoques.
Para eso son y por ello se les denomina así a tal grado que, en otros contextos
de América y Europa, usted se estaciona, abriéndose espacio entre los autos
aparcados, a fuerza de golpecitos en los parachoques.