jueves, 31 de mayo de 2018

IDOLATRIA

Cuando los inventores crearon el automóvil, imaginaron que sería un instrumento que facilitaría la existencia de la población para desplazarse más rápido a mayores distancias. Quizá, nunca pensaron que se convertiría en una suerte de fetiche, muestra de poder, orgullo y apariencia más allá de los aportes de natura.
La veneración de algunas personas por su automóvil los torna en energúmenos cuando se trata de que alguien les roce el chasis o el parachoques del automotor en una falta que desde luego es involuntaria, puesto que nadie desea pintar o despintar su cacharro.
La irascibilidad que provoca una simple colisión obnubila al eventual afectado que totalmente descontrolado reclama airadamente al despistado culpable, y de una simple colisión que se resolvería amigablemente o que cubriría el seguro, se escala a una situación que puede llevar a fatales consecuencias.
En una ocasión, en un supermercado, un conductor desprevenido retrocedía sin percatarse que un peatón transitaba detrás de su automóvil. Como aviso, el peatón, antes de terminar atrapado entre el auto en retroceso y el siguiente auto en cola, dio un golpe en el baúl, y el casi causante del accidente en lugar de ofrecer disculpas empezó a insultar al peatón por el agravio causado a su idolatrado instrumento de poder.
En otra, un despistado motorista que retrocedía estacionándose con un pick-up oyó el manotazo de un transeúnte que de esa manera le avisaba con un toque en la paila para no ser atropellado. El conductor del maltratado aparato salió del auto, sacó un arma y disparó fatalmente contra el peatón que evitó ser atropellado, pero que no pudo escapar a las balas del energúmeno del volante.
En una ciudad como Tegucigalpa, agobiada por los tranques vehiculares, una colisión de US$ 10 puede causar colas de kilómetros y atrasar el ya caótico tránsito de la ciudad.

La Dirección Nacional de Tránsito podría contribuir a modificar la cultura de sobre reaccionar a una simple colisión de parachoques. Para eso son y por ello se les denomina así a tal grado que, en otros contextos de América y Europa, usted se estaciona, abriéndose espacio entre los autos aparcados, a fuerza de golpecitos en los parachoques.

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