Cuando los índices de violencia,
crimen y corrupción manifiestan características sistémicas en un país, la
denuncia ciudadana puede contribuir a disuadir los delincuentes; corregir hechos
consumados y prevenir eventos que puedan estarse tramando.
La denuncia puede tomar forma de
pública o anónima, dependiendo de la percepción de los ciudadanos de la debida consideración
que tomarán las autoridades con respecto a la seriedad con que manejarán lo denunciado
en términos de confidencialidad y las acciones que se asumirán para llevarlo hasta
las últimas consecuencias sin poner en riesgo la integridad del denunciante.
Cuando un hecho delictuoso es conocido
u observado por testigos, mantener silencio se convierte en complicidad que
alienta la impunidad. Tal silencio puede originarse en el temor a represalias
de parte de los hechores o simplemente es adquirido por estos últimos de
cualquier manera.
Particularmente en el caso de la
denuncia anónima, el denunciante no cuenta con certeza alguna que su
contribución llegará al destino idóneo. De hecho, en la eventualidad de arribar
a la persona equivocada, puede ser utilizada para alimentar otros delitos más allá
de los denunciados. En este caso, quien cuenta con información privilegiada
sobre transgresiones, puede utilizarla para exigir soborno al causante inicial,
quien hace cuentas del costo de oportunidad entre pagar la pena legal o
arreglarse informalmente con el extorsionador.
Para que la denuncia ciudadana
funcione, debe estar sujeta a estrictos protocolos que prevean el ingreso,
destino y uso de la información proporcionada para asegurarse que la misma, suministrada
de buena fe por parte de la ciudadanía, no se convertirá en una oportunidad
para que delincuentes en posición de hacer cumplir la ley se transformen en sus
torcedores.
Protocolo de la denuncia.
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