La institucionalidad de un país
en sus ámbitos político, legal y administrativo, determina la fortaleza de su
organización; contribuye al respeto y aplicación de las normas; garantiza la
estabilidad de sus dependencias y entidades; profundiza la democracia; y
constituye un factor preponderante en el desarrollo económico y social. Existe
una relación directa entre desarrollo e institucionalidad.
En el curso del tiempo surgen
condiciones que obligan a cambios en la institucionalidad y la forma como se
concreten sus actualizaciones contribuirá a consolidarla o a debilitarla. Por ejemplo, mantener la norma constitucional
inicial de un representante del pueblo por cada 15,000 personas en un país con 9 millones de habitantes representaría 600 diputados en el Congreso Nacional. En
el otro extremo, modificaciones a la institucionalidad que respondan a caprichos
banales y no a su estudio previo y viabilidad, son inaceptables.
Una constitución de la república que
en 35 años ha sufrido 95 reformas, derogaciones e interpretaciones; modificaciones
constitucionales que se efectuaron para satisfacer intereses de personas
determinadas; emisión de leyes a las que sólo ha faltado calzar el nombre de los
individuos favorecidos.
En el ámbito administrativo, la
creación, fraccionamiento, cierre y reapertura de entidades o su cambio de
nombre con ampliación y reducción de funciones. Una Ley General de la Administración
Pública con 30 años de vigencia y más de 35 modificaciones.
Escasas dependencias del Poder Ejecutivo
con identidad sin traumas por lapsos continuos mayores de 50 años. Secretarías de
estado retorcidas por la improvisación, coincidiendo con la ausencia de planes,
su ejecución, seguimiento y el sostenimiento de metas de desarrollo. Autoridad
tributaria modificada 4 veces en 20 años.
En el campo político, inestabilidad
institucional vinculada a profundizaciones o restricciones de la democracia. Tribunal
electoral sometido a reiteradas ampliaciones y reducciones de su cúpula y
regulaciones. El balance de pesos y contrapesos se ha perdido y todas las
instituciones públicas a las que la Constitución les otorga independencia,
están secuestradas -con el síndrome de Estocolmo- y obedecen órdenes de una persona.
La ausencia de estabilidad institucional
obstaculiza el crecimiento de un país; dificulta el establecimiento de alianzas
duraderas entre gobernantes y gobernados; desorienta, confunde y crea
desconfianza en la población e inversionistas extranjeros y nacionales. Pueblo, no es un partido político.
En algunos espacios se soslaya la
interacción entre política y economía. La actual crisis electoral hondureña,
está teniendo y tendrá repercusiones que agudizarán las condiciones de consumo,
inversión, empleo, comercio, migración y en general un retroceso económico, social e institucional que
antes de la crisis no resultaba alentador. La institucionalidad influye en
el peso específico de un pueblo frente a las demás naciones del mundo. Y los
comportamientos caóticos son mal vistos en todo el globo terráqueo. Fundamentalmente por aquellos que respetan el orden.
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