La actual crisis electoral-política hondureña puede ser la
última oportunidad para que, con base en las lecciones aprendidas, se tome lo
ocurrido como un punto de inflexión y se modifiquen cuestiones que hasta ahora
han permitido que la inclinación a la picardía de unos cuantos prevalezca sobre
las intenciones y los derechos de las mayorías.
Empezando por el registro, se retuvieron las cédulas de
identidad de todos aquellos que se suponía no votarían por el candidato
oficialista. Unos días antes de las elecciones se crearon brigadas de “entrega
de identidades” que se convirtieron efectivamente en grupos de calvario para
hacer tontear a la gente, desde los registros a los correspondientes centros de
votación, como sí la tarjeta de identidad sólo sirviera para votar. Desde
luego, con ese expediente lograron una gran masa de abstenciones obligadas.
El día de la votación, los electores y los representantes de
las Mesas Electorales Receptoras no contaron con la información suficiente para
garantizar la validez del voto.
En 10 procesos generales eleccionarios, por primera vez, el
Tribunal Supremo Electoral (TSE) no permitió extender el límite de la hora de
votación, impidiendo a miles de electores llegar a las urnas aun cuando ya estaban
en las filas para llegar a la mismas. Se parte del criterio que todo mundo es
burócrata o asalariado. Pero no es así. Existen compatriotas que trabajan 365
días al año, y sí el domingo de elecciones tienen chance, van a votar. No todos
están en el saco de “dejarlo todo para última hora”.
Distintos cotejamientos entre las actas del TSE y las de los
partidos, evidencian situaciones de fraude en todos los niveles eleccionarios,
pero mayormente a nivel presidencial. Entonces, las actas de las mesas
electorales resultan ser papeles que, suscritos en el momento de su
levantamiento posteriormente son modificadas para favorecer o perjudicar
candidatos. De esa manera, la voluntad del electorado es totalmente burlada.
Y como todo lo que entra, sale por algún lado, el último
tramo del fraude se encuentra en el procesamiento de datos. Ahí, las “caídas de
sistemas” terminan la tarea de escoger presidentes, diputados, alcaldes y
representantes al Parlamento Centroamericano.
La identificación de votantes y sus controles se queda a
mitad del camino cuando existen mil y una formas de escaparse de ellos. Quizá
una tarea que ayudaría a reducir el fraude sería la identificación de los votos.
En este caso, cada voto tendría su respectivo número en función del cuaderno
electoral y con información relativa a: línea (el votante), 3 dígitos; mesa, 4
dígitos; centro de votación, 5 dígitos; nivel electoral (ej. presidente o
alcalde) 1 dígito; y diputados, 3 dígitos. Puede existir otras y mejores
formas de identificar los votos.
La identificación de votos eliminaría el trasiego y manoseo
de los mismos, así como haría innecesario para los impugnadores de las
elecciones, probar sí los votos mostraban estar bien doblados o mejor
planchados.
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