Desde que se inventaron las cámaras fotográficas, de cine y de
video, la inclinación a utilizar de manera impropia imágenes comprometedoras de
personas que han consentido o no ser fotografiadas o filmadas, ha tenido
diversas repercusiones desde demandas judiciales hasta consecuencias trágicas.
En una relación afectiva de cualquier nivel de compromiso,
los participantes deben tener en cuenta que la duración de esta puede ser tan
corta como un suspiro o tan larga como hasta que la muerte los separe. La regla
de no permitir grabar cualquier imagen íntima es preferible, a exponerse a
consecuencias impredecibles e irremediables.
Cuando uno de los integrantes de una pareja, sugiere la toma
de imágenes de intimidad en fotos o videos, la otra parte debe tener en cuenta
que las mismas pueden ser utilizadas como chantaje en cualquier momento futuro cuando
la relación se deteriore o desaparezca. Entonces, ambas partes deben evitar ese
tipo de situaciones que pueden desbordarse en cualquier momento.
Desvelar la intimidad de una persona con quien se ha
cultivado una relación amorosa, conlleva a la sensación de traición por parte
de la víctima del chantaje sicológico. Y el chantajista suele desconocer los
límites del riesgo al que se está exponiendo, puesto que, las reacciones de los
humanos ante las traiciones resultan ser inesperadas.
Sí de trata de la preferencia de alguien por las imágenes
pornográficas, existe una oferta infinita de versiones profesionales a título
gratuito u oneroso, con las que puede entretenerse. Mezclar experiencias
afectivas con aficiones pornográficas, puede conllevar efectos impensables y
actos violentos que suceden con frecuencia cotidiana.