Fuente: ANCESTRY. Traducción libre.
¡Mantén
las antiguas tierras de tus historias pomposas! Ella grita con labios
silenciosos. Dame a tus cansadas, pobres y acurrucadas masas, el anhelo de respirar
libre, el miserable rechazo de tu costa llena…” Extracto de “El nuevo Coloso”
de Emma Lázarus.
EL ARRIBO A AMERICA
En
1864, Kirsti Semingsdatter de Noruega, se preparaba para salir de su tierra
natal y navegar hacia América. Junto con enterrar a su hijo, fue la cosa más
dura que ella había hecho. Ella estaba dejando atrás a sus padres, hermanos,
hermanas, amigos, y la casa en donde había vivido por 20 años. Ella sabía de
todo corazón que nunca volvería a ver a sus padres. Que nunca volvería a llorar
ante la tumba de su hijo. Ella amaba su casa y su país, pero creía que una vida
mejor le esperaba en América.
A
finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, millones de europeos abandonaron
a sus seres queridos y todo lo que se sintiera familiar para venir a América en
busca de una nueva vida. El hambre y la más abyecta pobreza, obligó a la gente
abandonar todo lo que les era conocido. Agricultores irlandeses arrendatarios
de tierras, dejaron la “Isla Esmeralda” en masa luego de la Hambruna de la Papa
de 1845-1847. En Gran Bretaña, más de un tercio de la población salió en un
periodo de 75 años, cuando el gobierno estimuló a sus ciudadanos pobres a
emigrar para reducir la sobrepoblación y los problemas de indigencia.
Otros
emigraron por razones religiosas. Muchos judíos rusos y de Europa Oriental,
huyeron a América para escapar de persecuciones, mientras mormones conversos de
Bretaña y Escandinavia, vinieron a América para juntarse con otros de su misma
fe.
Dispuestos
a enfrentar los peligros del viaje, todos los emigrantes compartían un sueño
secreto, una esperanza. Ellos oían que América no tenía un Rey. Los hombres
pobres podían llegar a ser ricos en la tierra de la oportunidad. Acres de
tierra sin tocar esperaban para ser explotadas y el oro brotaba de la tierra. América
significaba un sueño que valía la pena perseguir, un riesgo que valía la pena
tomar.
Pero
su apuesta valiente de decir adiós a sus familias con prolongados abrazos
llorosos y dejar las costas de sus bien amadas patrias, era solo el comienzo de
su travesía. Una extensa navegación traicionera a través del Atlántico les esperaba,
proporcionando numerosas horas para contemplar la dura realidad que muchos
serían rechazados al llegar sí sobrevivían el viaje.
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