viernes, 19 de octubre de 2018

INMIGRACIÓN

Fuente: ANCESTRY. Traducción libre.
¡Mantén las antiguas tierras de tus historias pomposas! Ella grita con labios silenciosos. Dame a tus cansadas, pobres y acurrucadas masas, el anhelo de respirar libre, el miserable rechazo de tu costa llena…” Extracto de “El nuevo Coloso” de Emma Lázarus.
EL ARRIBO A AMERICA
En 1864, Kirsti Semingsdatter de Noruega, se preparaba para salir de su tierra natal y navegar hacia América. Junto con enterrar a su hijo, fue la cosa más dura que ella había hecho. Ella estaba dejando atrás a sus padres, hermanos, hermanas, amigos, y la casa en donde había vivido por 20 años. Ella sabía de todo corazón que nunca volvería a ver a sus padres. Que nunca volvería a llorar ante la tumba de su hijo. Ella amaba su casa y su país, pero creía que una vida mejor le esperaba en América.
A finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, millones de europeos abandonaron a sus seres queridos y todo lo que se sintiera familiar para venir a América en busca de una nueva vida. El hambre y la más abyecta pobreza, obligó a la gente abandonar todo lo que les era conocido. Agricultores irlandeses arrendatarios de tierras, dejaron la “Isla Esmeralda” en masa luego de la Hambruna de la Papa de 1845-1847. En Gran Bretaña, más de un tercio de la población salió en un periodo de 75 años, cuando el gobierno estimuló a sus ciudadanos pobres a emigrar para reducir la sobrepoblación y los problemas de indigencia.
Otros emigraron por razones religiosas. Muchos judíos rusos y de Europa Oriental, huyeron a América para escapar de persecuciones, mientras mormones conversos de Bretaña y Escandinavia, vinieron a América para juntarse con otros de su misma fe.
Dispuestos a enfrentar los peligros del viaje, todos los emigrantes compartían un sueño secreto, una esperanza. Ellos oían que América no tenía un Rey. Los hombres pobres podían llegar a ser ricos en la tierra de la oportunidad. Acres de tierra sin tocar esperaban para ser explotadas y el oro brotaba de la tierra. América significaba un sueño que valía la pena perseguir, un riesgo que valía la pena tomar.

Pero su apuesta valiente de decir adiós a sus familias con prolongados abrazos llorosos y dejar las costas de sus bien amadas patrias, era solo el comienzo de su travesía. Una extensa navegación traicionera a través del Atlántico les esperaba, proporcionando numerosas horas para contemplar la dura realidad que muchos serían rechazados al llegar sí sobrevivían el viaje.

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