Se define como la manera de interpretar el mundo. Puede
hablarse de la cosmovisión de una persona, de una cultura, de una época, etc.
Intentamos entender la interpretación del mundo de aquellos que consideran su
mundo, como el mundo.
Cuando el gobernante de un país, es endiosado por aquellos
que reciben generosas subvenciones con el dinero que tributan el resto de los
ciudadanos; es convencido que es un ungido de Dios porque representantes de
diversas denominaciones religiosas publican que han escuchado la voz celestial
indicándoles que será el elegido del pueblo en unas elecciones en las que no
debía participar por prohibición constitucional expresa; cuando en entrevistas
de sus funcionarios subalternos se refieren a él, como “santo” presidente; entonces,
es fácil imaginar que una mutación descomunal puede darse en los intrincados
aposentos de su mente. Y su cosmovisión también empieza a cambiar.
A fuerza de elogios, zalamerías y genuflexiones, el
reverenciado puede empezar a sufrir una modificación en todos sus sentidos. El
gusto, la audición, la visión, el tacto y el olfato; todo sabe, suena, se ve,
se toca y se respira diferente. Sin embargo, las variaciones en los sentidos constituyen
un mal menor. El problema se complica, cuando se trata de cambios neuronales.
Es ahí donde el sujeto de endiosamiento trastoca su visión
del mundo. Y comienza a sufrir el delirio de la indispensabilidad. Y entonces sus
zalameros más cercanos lo convencen sin mucho esfuerzo, que el país se
encuentra en peligro inminente sí él no continúa a la cabeza del gobierno, acompañado de sus zalameros, por supuesto. Que
haga o deshaga, los que observan su conducta de cerca y de lejos, guardarán prudente
silencio, ante la maravilla de personaje que un afortunado país ha podido
producir. Y como en el cuento de hadas de Hans Christian Andersen, El Nuevo
Traje del Emperador, «No tiene por
qué ser verdad lo que todo el mundo piensa que es verdad». Porque esa es su
cosmovisión; esa es su interpretación del mundo.