miércoles, 8 de noviembre de 2017

VOTO

Cuando los antiguos griegos inventaron la democracia nunca imaginaron que la noción del poder del pueblo, siglos después se invertiría, pues hoy, pueblo es cualquier cosa, menos el poder en manos de la mayoría de la población.
Cuando Nicolás Maquiavelo escribió su obra El Príncipe, no se refería a cuestiones que él sugería. Trataba asuntos que había leído en la historia o que había observado en su vida.
En Honduras, sí comparamos la calidad del presidente de la república y los diputados del congreso nacional con lo que tuvimos hace 60 años, la diferencia es abismal. Desde el nivel de formación promedio, la cantidad y calidad de obras de infraestructura y sociales que hicieron, la producción legislativa que concretaron en favor de las mayorías, hasta la catadura moral de los funcionarios, evidencia una diferencia respecto al presente, del cielo a la tierra. Entonces, con 20 universidades ahora versus una hace 60 años, hemos retrocedido como nación, una enormidad.
Era un gobierno del Partido Liberal, hace 60 años, que logró en 5 años, 9 meses, 24 días, mucho más de lo hizo un dictador electo 3 veces fraudulentamente entre 1933 y 1949.
En las elecciones generales de 1954 y 1965, el voto liberal estuvo pintado de sangre. Además, el 12 de julio de 1959 los liberales civiles enfrentaron un levantamiento armado dirigido a derrocar un gobierno democrático y el 3 de octubre y días siguientes de 1963, se opusieron con desventaja al más cruento golpe militar de la historia de Latinoamérica, sí consideramos el número de bajas fatales con relación a la población total.
El partido liberal ha sido un espacio de libertad en su ámbito interno. Un grupo donde se puede disentir sin temor a represalias, serias. Sin embargo, desde que los intereses particulares de algunos de sus líderes resultaron mayores que los de la mayoría de sus correligionarios, condujeron a dos derrotas consecutivas, cuando el principal partido de oposición ya estaba acostumbrado a esperar un turno en el poder por dos del partido liberal.

El capital político de los dirigentes liberales disociadores radica en la cantidad de diputados que les son parciales a ellos y no al partido. Tampoco a sus propios electores. La coyuntura actual es una oportunidad para apostar a la mejor gente que se presenta como candidatos a diputado y deshacerse de una vez por todas, del lastre de individuos que, imbuidos en la solución de sus intereses particulares, han convertido -como dice uno de ellos cínicamente- en “tuquitos” un partido que ha estado y estará preparado para gobernar lo que nos queda de patria, de manera más pujante, equitativa, justa y segura.   

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