No es ninguna clave. Tampoco el nombre de alguna de las
denominadas operaciones de seguridad que pronto agotarán las palabras del
diccionario español, pero no la delincuencia ni los delincuentes.
Tiene que ver con el 26 de noviembre de 2017, cuando los
hondureños iremos a unas elecciones generales atípicas. Sí la oposición se
abstenía de participar por causa de la reelección ilegal, sencillamente hubiera
ocurrido lo que aconteció en 1949, con el mismo partido en el poder.
En el transitar de la historia política hondureña, estas
elecciones constituyen lo más importante de los últimos 80 años, cuando se
intenta emular a un candidato presidencial que se hizo del poder público, se
encariñó de él y decidió quedarse 16 años en el mismo.
Cuando el poder político, económico, militar, de
seguridad, justicia y electoral se concentra en una sola persona no hay que
esperar que quien lo ostenta es para ponerlo en un pedestal o en la caja de
seguridad de un banco. Es para usarlo. Y para utilizarlo con fines que no
convienen a las mayorías. Consecuentemente, por la vía de la adquisición de
conciencias, se perfila la pretensión de un tirano, de un dictador; una máscara
que no ha sido mostrada totalmente hasta ahora.
El inmenso progreso que la humanidad ha alcanzado en el
Siglo XXI ha permitido a su vez que los modernos instrumentos de muerte se
conviertan en materiales de opresión y represión por parte de dictadores hacia
sus propios pueblos.
Uno de los mayores daños que provocan los dictadores
consiste en la emigración forzosa de los habitantes de su país. Son reveladores
los casos cercanos recientes de Venezuela con la misma cúpula política por 19
años; Zimbabue con Mugabe por más de 30 años; y Assad en Siria que con el
Partido Baath, entre él y su padre ya llevan 47 años de gobernar ese país.
Siria con 5 millones, Venezuela con más de 2 millones y Zimbabue con 1 millón
de refugiados, aportan el 12% de los 65 millones de migrantes forzosos del
mundo.
El ambiente propicio que crean los dictadores para
mantenerse en el poder tiene matices diversos. Desde canonjías exclusivas para
sus partidarios hasta alianzas abiertas o encubiertas con los delincuentes. La
existencia de zonas y barrios controladas por criminales y que no son
intervenidos por las fuerzas de seguridad, hace pensar en una teoría de la
conspiración que induce a la sospecha de una alianza de intereses recíprocos.
Este 26 de noviembre los hondureños -fundamentalmente los
jóvenes- decidirán si desean continuar viviendo en un país con escasas
oportunidades; donde la justicia tiene los ojos bien abiertos para sentenciar
selectivamente; un lugar donde las leyes opresivas pasan con el auxilio de
diputados vendidos al mejor postor; un escenario en el cual actores reconocidos
por su ineficiencia e ineficacia ofertan un atractivo futuro difícil de creer cuando
han estado por los últimos 8 años en el poder.
Las remesas de los expatriados mantienen a flote la
economía de la nación de ingratos gobernantes que no les garantizó las
oportunidades que han tenido que buscar en otros lares cercanos y lejanos. Todo
depende de lo que resulte este N-26. O nos guiamos por la búsqueda de la luz, o
continuaremos transitando la senda tortuosa de las tinieblas.
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