domingo, 19 de noviembre de 2017

N-26

No es ninguna clave. Tampoco el nombre de alguna de las denominadas operaciones de seguridad que pronto agotarán las palabras del diccionario español, pero no la delincuencia ni los delincuentes.
Tiene que ver con el 26 de noviembre de 2017, cuando los hondureños iremos a unas elecciones generales atípicas. Sí la oposición se abstenía de participar por causa de la reelección ilegal, sencillamente hubiera ocurrido lo que aconteció en 1949, con el mismo partido en el poder.
En el transitar de la historia política hondureña, estas elecciones constituyen lo más importante de los últimos 80 años, cuando se intenta emular a un candidato presidencial que se hizo del poder público, se encariñó de él y decidió quedarse 16 años en el mismo.
Cuando el poder político, económico, militar, de seguridad, justicia y electoral se concentra en una sola persona no hay que esperar que quien lo ostenta es para ponerlo en un pedestal o en la caja de seguridad de un banco. Es para usarlo. Y para utilizarlo con fines que no convienen a las mayorías. Consecuentemente, por la vía de la adquisición de conciencias, se perfila la pretensión de un tirano, de un dictador; una máscara que no ha sido mostrada totalmente hasta ahora.
El inmenso progreso que la humanidad ha alcanzado en el Siglo XXI ha permitido a su vez que los modernos instrumentos de muerte se conviertan en materiales de opresión y represión por parte de dictadores hacia sus propios pueblos.
Uno de los mayores daños que provocan los dictadores consiste en la emigración forzosa de los habitantes de su país. Son reveladores los casos cercanos recientes de Venezuela con la misma cúpula política por 19 años; Zimbabue con Mugabe por más de 30 años; y Assad en Siria que con el Partido Baath, entre él y su padre ya llevan 47 años de gobernar ese país. Siria con 5 millones, Venezuela con más de 2 millones y Zimbabue con 1 millón de refugiados, aportan el 12% de los 65 millones de migrantes forzosos del mundo.
El ambiente propicio que crean los dictadores para mantenerse en el poder tiene matices diversos. Desde canonjías exclusivas para sus partidarios hasta alianzas abiertas o encubiertas con los delincuentes. La existencia de zonas y barrios controladas por criminales y que no son intervenidos por las fuerzas de seguridad, hace pensar en una teoría de la conspiración que induce a la sospecha de una alianza de intereses recíprocos.
Este 26 de noviembre los hondureños -fundamentalmente los jóvenes- decidirán si desean continuar viviendo en un país con escasas oportunidades; donde la justicia tiene los ojos bien abiertos para sentenciar selectivamente; un lugar donde las leyes opresivas pasan con el auxilio de diputados vendidos al mejor postor; un escenario en el cual actores reconocidos por su ineficiencia e ineficacia ofertan un atractivo futuro difícil de creer cuando han estado por los últimos 8 años en el poder.
Las remesas de los expatriados mantienen a flote la economía de la nación de ingratos gobernantes que no les garantizó las oportunidades que han tenido que buscar en otros lares cercanos y lejanos. Todo depende de lo que resulte este N-26. O nos guiamos por la búsqueda de la luz, o continuaremos transitando la senda tortuosa de las tinieblas.


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